Hay gente que tiene la habilidad de leerte como si uno fuera de cristal, completamente transparente. Como si hubieran conocido tu pasado, tu presente y hasta aventuran un futuro no demasiado lejos de lo que uno planifica.

Y esa gente no necesariamente es tu familia, o tus amigos. Pueden ser perfectos desconocidos.

Ese es el poder de la escritura. Podemos llegar a revelar los más recóndidos confines del alma, sin darnos cuenta.

Mi blog es personalísimo, pero incluso en aquellas entradas temáticas, hay una fuerte impronta de quien soy y de mis valores.

Y este chico hoy me dijo: Tengo un cuento para que leas, lo que vos escribís en tu blog me inspiró a escribirlo porque hay cosas que comparto y otras que no entiendo.

Le pedí publicar todo el cuento porque es increíble, pero no me dejó. Ni siquiera me dejó darle los créditos correspondientes. Pero yo les voy a contar de que se trata porque es una gran historia, que revela mucho de mí.

El pensaba que tenía una historia para contarme, que no era lo suficientemente interesante para convertirse en un libro. Era la historia de un John Doe, un chico como cualquiera de nosotros, que no se cuestionaba mucho la vida y tenía un plan lineal de estudiar, trabajar, vivir solo y viajar.

Muy parecido a lo que yo pensaba en el liceo, lugar en el que me permitía soñar con huir del tormento que era ir a clase, y que a la vez me hacía ambicionar con ser un gran profesional por la enorme fe que tenían mis profesores en mi potencial.

Este plan parece un plan bastante normal. Pero hay un ingrediente que yo fui descubriendo con los años que falta. Veamos cual es.

Yo dejé la adolescencia de forma tardía, mis primeros años de facultad yo seguía aferrado a una inocencia impostada por miedos, por miedo a crecer, a asumir quien era. Fui «salpicando» mi rutina con trabajo (en general voluntario, y de ahí creció mi amor por el voluntariado y la educación) y salidas con amigos.

Cada vez las salidas con amigos fueron más frecuentes, las fiestas más intensas y el ritmo más insostenible. Había un vacío que precisaba llenar, que mi plan no contemplaba.

En mi grupo de amigos de aquel entonces tenía un rol, era el intelectual, el fiestero que los reunía a todos, y el que escuchaba a todo el mundo y daba consejos. Teóricos por supuesto porque en asuntos del corazón era inexperto, como en casi todo el resto de las áreas de la vida. Pero si era y sigo siendo muy reflexivo por lo que mi poder de escucha y análisis era y es valorado.

Mi vida me empezó a aburrir y comencé a boicotearla, a vivir una adolescencia tardía, a vivir una época de sexo drogas y rock and roll que no había vivido antes y que consideraba frívola y superficial. Todo esto me desesperanzaba. Mis valores iban flaqueando. Estaba convirtiéndome en todo eso que antes despreciaba.

El resto de la gente vio un cambio. Pensó que había salido del ostracismo pero que seguía siendo el mismo de siempre. Hasta que la fachada fue imposible de sostener, hasta que la depresión era algo con lo que convivo, hasta que no hay rubor, base, y corrector de ojeras que tapen una noche de juerga y un bajo rendimiento. 

Yo pensaba que el amor no me iba a llegar. Quizás porque no me amo a mi mismo, quizás porque veía los estereotipos de los gays por ahí y pensaba que yo no me parecía en nada a eso. Hasta que ví puntos en común, puntos completamente opuestos, pero sobre todo vi su humanidad. Y empecé a vincularme, a hacer nuevos amigos, a darle oportunidades a la gente para ver si me enamoraba. Y me enamoré de un hombre increíble. 

Ese amor que viví me hizo darme cuenta de que no solo me tiene que preocupar la gente en tanto humanidad sino que hay gente especial, que te preocupan porque querés compartir con alegría tiempo con ellos, sentirlos respirar cuando duermen, verlos hasta en las acciones más cotidianas como cepillándose los dientes en un baño sin terminar color gris. Color que decís que no te gusta, pero que esta presente en tantos lugares…

En la historia que este chico me contó, el amor nunca germinó, en la mía, como dice Belinda en su canción Nada, ardimos de amor hasta convertirnos en cenizas… prácticamente porque yo creo que queda braza y que quizás la hoguera se pueda prender con el tiempo. Capáz sanemos. Espero así sea.

En lo que si concuerda es que nunca dejé de cuestionarme hacia donde voy, de donde vengo, que hago, como sigo mi vida. Pero jamás llegué a la teoría de que hay gente que no está hecha para el amor. Taylor Swift dice que el amor lo es absolutamente todo y yo concuerdo. No solo ella, Delmira Agustini plantea que «Si la vida es amor, bendita sea» y la vida es algo para estar agradecidos y bendecidos. San Agustín dice que en el amor está la raíz del bien. Y el bien existe en el mundo, y existe el amor y las posibilidades.

Solo hay que estar abierto al encuentro, al desencuentro y a todas las variantes. Solo hay que embocarle una vez. Así que a jugar, a descubrir, a experimentar, a animarse a sufrir, a sentir que el cielo es el infierno, porque en el momento que estemos enamorados, vamos a sentir que no existe el infierno, que el mismo infierno es la parte que tenemos que «tolerar» de ese hermoso cielo en el que vivimos. Esa parte que no es color de rosas, pero que a lo sumo será un rosa viejo, con algunas manchas de humedad.

A diferencia del chico de la historia, mis amigos saben que cambie. Saben quien soy, conocen mi esencia, pero saben que cambié. Que quiero disfrutar mi cuerpo, que quiero estudiar algo que me apasione, que estoy en constante búsqueda de desafíos y cosas nuevas y que la resignación no es una palabra que está en mi diccionario.

Puedo estar triste, doliente, sufriendo, pero jamás seré frío, y como dijo Cher en una canción «No han visto lo último de mí».

Durante un tiempo fui el chico de la historia pero hoy, soy una persona diferente y gracias a esas diferencias, tengo una chance para ser feliz y pleno.

Gracias amigo por compartir esta historia y hacerme reflexionar.