El jueves tuve dos reuniones geniales con amigas. Merendamos con unas, cenamos con las otras. Pero la comida era una deliciosa excusa para charlar y ponernos al día. Siempre la comida es algo que nuclea a la gente pero no es el motivo por el cual nos juntamos. Y mucho menos un día entre semana, con la ineludible responsabilidad de trabajar al día siguiente.
Y yo pensaba cuando me iba a casa después de la segunda reunión que era una lástima que no hubiéramos sacado fotos. Me gusta tener las fotos como recuerdo. No es tanto por la moda de las selfies, sino porque, al mirar atrás, una imagen ayuda a reconstruir un momento agradable que hemos vivido.
Acto seguido reflexiono que no nos sacamos fotos porque estábamos demasiado ocupados saboreando ese momento de charlar con gente que no veíamos en mucho tiempo, enterarnos en que andan, que pasa en su vida y contar lo que ocurre en la nuestra y ver como el pasado compartido que vivimos nos ayuda a encarar este nuevo presente.
Entonces, con tantas distracciones, ni recordamos las fotografías.
En el presente hay una necesidad enorme de fotografiarlo todo, de compartirlo y de mostrarlo todo a los demás. Vivimos pour la galerie. Y en realidad a poca gente le importa saber sobre esos momentos de charlas intimas de amigos, de disfrute de unos pocos que se quieren y que comparten una historia en común.
Al pensar en todo esto, hasta me alegre de que no hubiera selfies. También lo veo como una excusa para juntarnos de nuevo, decir que hay que juntarse y que esta vez tenemos que tener una foto todos juntos.
En realidad excusas sobran y no son necesarias para que nos juntemos. Solo espero que sea pronto. Porque disfrute mucho de esos momentos, aquel jueves pasado.
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