El teatro es, en general, una experiencia en la que por un tiempo podes ver de afuera cómo viven otras personas. Personas, personajes, creo que da igual. Es similar a la literatura, la música y el cine y a la vez es diferente. Ese diferente no puedo explicártelo, tenés que ir al teatro para entenderlo.
Desde los griegos (o quizás desde antes, porque quien escribe no es experto, solo actúa un personaje al escribir de serlo) el mundo se ha visto fascinado por ver a personas vivir por un rato una situación que les puede ser ajena completamente. Si lo pienso, vi a la gran Estela Medina ser su maestra Margarita Xirgú o ser la madre de uno de los asesinados en el atentado terrorista en el boliche LGBT Pulse en el crimen de odio más grande a la comunidad en tiempos recientes. Ambas interpretaciones me pusieron la piel de gallina y me conmovieron hasta los huesos, aunque soy de lágrima fácil. Al menos mirando a otros interpretar sus papeles.
Estoy dándole rodeos a este texto sobre la obra Mucho, de Manuel Botana porque no sé por dónde arrancar y quizás lo mejor sea arrancar simplemente por el principio. El principio es la música que a los mariconcitos de los 90s y de principios del 2000 reconocemos bien y que quizás nuestros padres también recuerden demasiado bien. Al menos el mío recordó canciones de ese programa que destestaba (cantados por una actriz con ojos que fueron en el cine el tesoro, los diamantes azules a la que no le reconoció ningún talento y que fue mi refugio en la infancia) que mirara y en particular que cantara y bailara. Las sigo cantando muy desafinadamente hasta hoy.
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